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RULETA DE RELATOS || CONTACTO

Locdor se sentía abrumado. Al menos así lo percibía. Hacía poco que los de su tipo habían comenzado a desarrollar conexiones complejas en su todavía incipiente sistema nervioso central, y la mayoría estaban todavía en etapas muy tempranas de lo que él ahora vivía con asombro. Como fuese, su cuerpo asimétrico experimentaba algo nuevo que no podía describir, porque sus capacidades cognitivas aún no se lo permitían. Simplemente una especie de electricidad recorría sus células en algunos momentos, sin que él tuviera un ápice de control sobre esa irrealidad ahora existente.



Mientras se desplazaba por lo que alguna vez los científicos de una extinta humanidad llamaron caldo primigenio, Locdor se preguntaba sobre todo esto que ahora le preocupaba. Ya no era sólo sintetizar su alimento, reproducirse y, con el paso de un tiempo sin cuenta, perecer ante las adversidades de la nueva vida. Sus células, preparadas para consumir luz y convertirla en energía, estaban ocupadas en una nueva materia: incomprensible todavía. Él no formaba parte de una colonia; la comunidad no era parte de su desarrollo, ni algo crucial para la supervivencia de los suyos. Se llamaba Locdor. No sabía por qué, pero algo le decía que así era. El nombre le resonaba en el cuerpo, a pesar de no tener un sistema vocal. Había algo nuevo, algo diferente.



Eventualmente, en las derivas naturales del agua de la vida, se cruzaba con algunos otros como él. Lo sabía porque, en la cercanía, la emisión de vibraciones era un método común para avisar de su presencia a los símiles y, al mismo tiempo, evitar producir sonidos más altos que algunos potenciales depredadores pudieran percibir y aprovechar. Los de su tipo no podían darse el lujo de desaparecer. No después de lo difícil que había sido asentarse de nuevo en las otrora inhóspitas humedades de una tierra devastada. La persistencia era la cualidad más fuerte de los suyos. Y por ello pasó lo que pasó.



Las vibraciones se lo hicieron saber. Había otro individuo como él. Otro individuo abrumado, que no podía centrarse simplemente en existir, y que “pensaba” en otras cosas. Las vibraciones eran diferentes, pero consonantes: parsimoniosas, se sentían en la parte central de su cuerpo. Chocaban con él y le comunicaban un mensaje importante: que no estaba solo.



Las corrientes eran fuertes, más fuertes que sus frágiles cuerpos traslúcidos. Parecía que, a pesar de vagar en las mismas aguas, eran incapaces de tener algún otro contacto. Locdor cayó en cuenta de algo: nunca había tocado a uno de los suyos. No conocía otra sensación que no fuese la del líquido inundado de proteínas, nutrientes y otros organismos en la lucha por trascender. Lo meditó sin saberlo durante grandes lapsos inmedibles, lo tuvo en su sistema por mucho tiempo; pero a pesar de elucubrar con profusión sobre cómo sería un posible encuentro, no había respuesta. Sus capacidades todavía no le permitían saber eso. No deberían permitirle, incluso, poder pensar en lo que pensaba. Algo era diferente en él, pero no podía saber qué.



En un mundo de segundas casualidades, el contacto era inevitable. Ante toda la expectación, Locdor percibió a uno de los suyos acercándose entre las verdosas aguas, con una vibración común. Comprendió que no era lo que esperaba, pero debía tomar la oportunidad, así que lo hizo. Y nada pasó. Nada fue distinto a como era. Su cuerpo no tuvo ninguna reacción, y no pareció haber una interacción más profunda con aquel otro desconocido. ¿Era así todo el contacto? Tal vez su cuerpo no podía procesar ese tipo de sensación, pero cómo iba a saberlo. Solamente era un organismo primigenio en una más de las oportunidades para vivir. Tal vez aquella dispersa sensación en su imaginario centro era solamente una anomalía, algo que no tenía una razón real de existir.



Y así la vida siguió su curso. Locdor flotó, se hundió y siguió siendo lo que era: un organismo con preocupaciones adquiridas, con curiosidades sin respuesta y con una incesante necesidad de encontrar algo que no sabía si existía. Locdor la pasaba esperando algo inesperado, un destello cósmico que lo llevara a entender eso que no sabía que necesitaba entender. Por momentos, en su todavía incapaz mentalidad, pensó en dejarse llevar hacia las aguas más frías, donde la paz reinaba, aunque las condiciones eran agrestes para los de su tipo. Desistió. No sabía qué sabía, pero tenía presente que debía permanecer. Algo habría de aparecer. Y así fue.



Durante uno de sus prolongados descansos en el lecho de este mar de oportunidades, pudo sentirlo de nuevo. Fue algo imprevisto, como el repentino calor de un abrazo cariñoso, como el tibio roce de la piel del ser amado. Aunque Locdor no podía saberlo, todavía no podía saberlo. A su lado estaba ese organismo, aquel espécimen esperado, la respuesta a sus incógnitas. De alguna manera, éste lo había encontrado, porque también estaba en una búsqueda constante.



Sus cuerpos se iluminaron. Locdor no sabía que su cuerpo podía hacer eso. En círculos, aprovecharon las tibias corrientes para hacer círculos y percibirse, conocerse, saber qué era lo que el otro tenía para contar. Todo sin decir una palabra. Los tonos azulados de la luz emitida contrastaban con los colores rojizos de un agua destinada a ser la cuna de nuevas especies, nuevas formas de vida complejas que le dieran de nuevo a la tierra una oportunidad de llegar lejos. De alcanzar las estrellas. Todo esto era nuevo para ambos, y todas estas nuevas sensaciones invadían sus cuerpos como la luz de un rayo iluminaba los días en esa moderna tierra primitiva. Se acercaban y se alejaban formando figuras de lo que algún día podría volver a conocerse como geometría, disfrutando las vibraciones consonantes, que no habían podido experimentar con ningún otro ser.



Consideraron prudente seguir las mareas en compañía. Su brillo se apagó poco a poco, como una forma de protegerse de los demás. Una forma de proteger este nuevo vínculo de los demás, de todas esas criaturas sin lazos, sin un designio más allá de la vida para mantenerse juntos. Se dejaron llevar por las aguas sin tiempo, esperando trascender en unidad. Sin darse cuenta, estos dos seres conocieron algo que ya no existía, algo que le dio forma a una realidad ahora extinta y que, al final de sus días, ya no existía más. Los dos lo supieron.


Autor: Oscar Castañeda

2021





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