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Pecados (ir)reales

Si usted, respetable lector, ha tenido el gusto o disgusto de conocerme un poco, sabe de mis variados gustos musicales. Remontándonos a los tiempos de secundaria en los que traía 100 canciones en mi Kempler & Strauss color verde fosforescente, apareciendo Los Auténticos Decadentes, Aleks Syntek, Mago de Oz y demás artistas comerciales entre los elegidos en la rigurosa selección que habría de llenar una memoria de 512 mb. Como todos los adolescentes, en la música encontré una hermosa compañera que, debido a su versatilidad, se mantuvo conmigo en una amplísima gama de situaciones. Pero, como todos los adolescentes, debo reconocer que nuestro gusto todavía no está totalmente desarrollado y muchas cosas nos impresionan porque todavía no hemos explorado los vastos caminos que nos depara la vida. Y la música, obviamente.



Hacia la preparatoria, ya sin mi reproductor de mp3, pasaron por mis manos varios dispositivos que todavía atesoro: un teléfono horrible sin cámara, pero con mp3 que compré con mi primer pago de Prepa Sí (algún día escribiré de la vez que sí fui a una actividad para llenar mis horas, gran error), posteriormente un BlackBerry Pearl al que se le caía la bolita y, finalmente, el que fuera mi compañero durante todo el bachillerato, un iPod Nano de segunda generación que me regaló mi hermana. Con sus 2 gb de memoria, me veía obligado a buscar algo más que los Maskatesta y en esos tiempos conocí a un buen amigo que, gracias a que no era pobre como yo, tenía bastantes discos en su iTunes y me permitió hurgar en su biblioteca. En mis manos cayeron el Homework y el Discovery de Daft Punk, algún recopilatorio de Bob Marley y algunos otros más discos de metal, porque en esos tiempos uno se quiere sentir rebelde. Hasta traje el pelo largo, lamentable imagen.



En esos momentos comenzó una expansión que ya nunca se detuvo. Otro buen amigo me enseñó como descargar discos por Torrent y conocí el Plastic Beach de Gorillaz, el Fantasies de Metric y el Nine Types of Light de TV on The Radio. Ya no hubo vuelta atrás y entré de lleno a un mundo de música nueva, diferente y cada vez más compleja, cuyo principal requisito para mantenerse en mi gusto era causar un escalofrío en la espalda cuando llegaba a sus puntos más álgidos. Es increíble cuánta música se puede coleccionar, apreciable lector, cuando se tiene la avidez de conocer y escuchar cada vez más música.



Mi computadora pasó de tener 300 archivos de MP3 a tener 30, 40 y después hasta 60 gb de música obtenida en los Almacenes Torrent*, sin llegar todavía al que sería un parteaguas en mi vida musical. Este parteaguas, sorpresivamente, fue Harmon Hall y Juan Pablo Garciadiego, el profesor que tuve a bien conocer en mis andanzas en el mundo del aprendizaje de idiomas. JP es un músico formado en el Royal College of Music de Londres, además de ser un hombre increíblemente culto que influyó en mis perspectivas acerca no sólo de la música, sino de la vida. Su peculiaridad: es un fan recalcitrante del rock progresivo. De un momento a otro y sin darme cuenta bien cómo, ya estaba descargando cientos de discos de prog que él llevaba años buscando y que, con mis grandes conocimientos en piratería, era sencillo conseguir en la red. Conocí a Asia, cuyo disco homónimo me acompaña día con día, a King Crimson, cuyo show en agosto de 2019 me llevó al cielo y me regresó de sopetón, y muchos otros grupos que me hicieron conocer otro extremo de la música, el de los virtuosos y geniales y complicados e innovadores. Y amé ese extremo, huelga decir.


Pero después entré a la universidad. Y la universidad, a pesar de lo que diga la gente, es un agujero negro que absorbe tus ganas de vivir, y el único antídoto a la vista parece ser la sana recreación con unas caguamas a un lado. Y en los lugares en los que hay caguamas baratas, hay cumbias, y hay salsa, y, sorprendentemente para el melómano barato, también hay reggaetón. No hay cómo resistir esa tentación. La vida te hace darte cuenta de que tal vez estás muy orgulloso de tu playera de Slipknot y de no ser fan de Daddy Yankee, pero eventualmente te vas a arrepentir de nunca haber perreado hasta abajo con tu crush porque te las dabas de muy macizo. Y vas a llorar escuchando a Alesana en tu cuarto, mientras recuerdas todas esas oportunidades perdidas.



Ya me extendí bastante, pero el punto aquí es: los placeres culposos no deberían existir. Sentenciar la música que te gusta a ser algo oculto para los demás no sólo es cobarde, es ridículo. La música (y demás artes) son expresiones de la cultura y la sociedad de un determinado momento, y debe vérseles como tales. Forman parte de nuestra vida, de nuestras opiniones y nuestra forma de ver el mundo. Recordemos el caso del hiphop a finales de los años ochenta: era la música de un grupo social marginado, que expresaba mediante sus crudas letras las realidades de la vida en los barrios negros de Estados Unidos en suburbios de grandes ciudades como Los Angeles o Nueva York. ¿Qué es el hiphop en estos tiempos? Un género musical cuyos exponentes han ganado Oscars, Grammys e incluso Pullitzers. ¿El Rock a finales de los sesenta? Mal visto por la sociedad, pues llevaba a los jóvenes a los vicios, a la degeneración y demás terribles consecuencias que acabarían con el mundo como lo conocíamos. ¿Qué hay del rock ahora? Puras cenizas, pero la gente ya lo tolera y lo ve como una parte importante del desarrollo social en la segunda mitad del siglo XX. El Wind of Change todavía sigue vigente, querido lector.



Por estas razones, no se limite cuando algo mal visto por sus elitistas o exigentes conocidos sea de su agrado. Siéntase orgullo de tener gustos amplios, de no casarse con una sola expresión artística y de no ser un payaso insoportable como lo son los rockeros que huelen a humedad, los metaleros que usan chalecos con parches o los reggaetoneros que asaltan en motoneta. Aprenda a ser equilibrado y tolerar los gustos de los demás. Seguro se va a ahorrar muchos malestares en la vida si aprende a vivir y dejar a los demás disfrutar sus vidas. Y si perrea hasta el suelo con su crush, claro está.




*A algunos de usuarios de la red nos gusta decirle de esta forma a los sitios para descargar archivos por Torrent. Suena elegante y no parece que estamos desfalcando con nuestras acciones a EMI Music. Un eufemismo necesario en los barrios clasemedieros de la internet.



Autor: Oscar Castañeda

Ilustración: Said Tapia



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