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La gran carretera de la (des)información

Para el mexicano perdido entre la generación Y y la generación Z, el internet fue un elemento que apareció paulatinamente en nuestras vidas y ya nunca se fue. Así como muchos solamente conocíamos el SNES o el DreamCast porque lo jugamos en la casa del primo rico, el internet por dial-up parecía una especie de magia prohibida, que no todos conocían y a la que sólo unos cuántos tenían acceso. Recuerdo muy bien la primera computadora que tuvimos en casa, una iMac G3 que tenía 4 GB en disco duro. Un hueso duro de roer que me ayudó a hacer muchas tareas mediocres en mis años intermedios de primaria, apoyado por un par de enciclopedias virtuales Salvat y la ahora mítica Encarta. Pero no sabía qué carajo era el internet y cómo iba a moldear mi vida más adelante. Le apuesto que ni usted sospechaba el impacto de una invención así, apreciable lector.



Conforme pasó el tiempo, el internet se hizo un poco más accesible. No en las casas de las personas que formábamos parte de la clase media-baja, pero sí en los bien conocidos “café internets” que abundaron en muchos lugares a mediados de la década de los dos mil. ¿Para qué querría internet un niño de 12 años? Obviamente para jugar, para qué más. Juntaba mis $10 pesitos, me dirigía al café internet más cercano, y me ponía a navegar entre las toneladas de juegos flash de juegosjuegos.com, entre las notas basura de tonterías.com o enviaba postales de gusanito.com. Sorprendentemente, los últimos dos sitios antes mencionados todavía están activos, aunque ya no tienen ni un ápice del alcance que tuvieron. Lo mismo va para ti, Yahoo. Y Tumblr. Pero esas son otras historias.



En esos momentos, el internet para el adolescente mexicano no tenía gran significancia. Perder el tiempo entre Hi5 o Metroflog era la actividad más apremiante para nuestra generación. No contábamos con la información suficiente para saber que las redes ya estaban llenas de muchas otras cosas que modificarían para siempre nuestras vidas, y estaban apenas por llegar las redes sociales que en estos tiempos dominan el panorama no sólo del internet, sino de la economía mundial. ¿Quién lo iba a pensar? Los adolescentes que rayaban el muro de su amiga pseudo emo un martes al salir de la secundaria, definitivamente no.



Como mencioné, después tomarían fuerza nuevos elementos, como los memes (y con ellos knowyourmeme.com, la Wikipedia de los memes), nuevas redes sociales como Facebook, Twitter, Tumblr, Flickr y demás plataformas destinadas a hacernos perder nuestra juventud frente a una pantalla, y les apuesto que nadie vio venir todo lo que siguió. NADIE.



Usted lo sabe, respetable lector. Facebook, dándose de cerrones con Google, han devorado a sus demás competidores en la web. Unos cuantos dementes seguimos discutiendo con extraños en Twitter* y todos compramos cualquier cosa de nimiedades a través de Amazon, haciendo cada vez más rico a Jeff Bezos. Y a Zuckerberg, y a Jack Dorsey, y a todas esas personalidades de Sillicon Valley que se han forrado de billetes con nuestro tiempo, con nuestros datos y, cada vez más, con nuestra finísima atención.



A diferencia de la pifia de este gobierno, lo que vendría con la evolución de las redes sociales no podía saberse. La publicidad en estos canales de comunicación es un negocio millonario. Los algoritmos se encargan en todo momento de mantenernos frente a la pantalla, de que interactuemos con esos bits que simulan amistad, de que le demos nuestro tiempo voluntariamente a estas corporaciones sin alma. Las implicaciones políticas que se le dan a nuestras preferencias en internet han tenido un impacto tangible en elecciones presidenciales, en levantamientos sociales y un sinfín de conflictos azuzados desde trincheras desconocidas para el mexicano común, perdido entre la Z y la Y.

Ya antes me había pronunciado sobre este tema, pero nunca está de más retomarlo y reforzarlo: haga sus propias búsquedas, niéguele su información a las grandes corporaciones, no acepte las recomendaciones de sus aplicaciones y no le regale su perfil a quién sabe qué empresa con quién sabe qué objetivos. Como diría el reciente adagio: si el algoritmo en Facebook te muestra publicidad que te interesa, entonces ya perdiste. Mantener el anonimato en internet en estos tiempos es tanto un derecho como una obligación. No caiga en la trampa de la mercadotecnia desbocada, estimado lector.



¿Se imagina usted cuánta publicidad con tintes políticos se le ha presentado en redes, y usted ha aceptado inconscientemente? Nadie es inmune a la propaganda, y esto es un hecho. Posiblemente cuando la internet se popularizó en América Latina (y el mundo, en realidad), y las redes sociales comenzaron a tomar un peso específico en el balance digital, ni siquiera sus propios creadores pensaron que tendrían el impacto político, social y económico que en estos tiempos poseen. Y sin embargo, aquí estamos. Ya no vemos Gusanito o Tonterías, pero ahora discutimos sobre qué candidato es más imbécil, sobre cómo todos los gobiernos nos mienten, sobre cómo hay que tomar partido mientras odiamos al que piensa distinto, y nos alejamos de una perspectiva realista de la realidad misma. Esto ni el Pulpo Paul lo podría haber predicho.




*Irónicamente, también nos pueden encontrar en Twitter como @PrometeoCinema, de repente ponemos memes y también les deseamos los buenos días. Si no sabe usar Twitter, déjenos un comentario en alguna de nuestras redes y tal vez podemos hacer un videotutorial para navegar en esa red social del diablo y no morir en el intento.


Autor: Oscar Castañeda

Ilustración: Said Tapia



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